El gato negro (Ilustrado) by Edgar Allan Poe

El gato negro (Ilustrado) by Edgar Allan Poe

autor:Edgar Allan Poe [Poe, Edgar Allan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Intriga, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1843-07-28T16:00:00+00:00


A esta altura, los invitados se habían recobrado en alguna medida de su alarma; y empezaban a considerar todo el asunto como una gracia ingeniosa, por lo que rompieron a gritar y reír al ver la difícil situación de los monos.

—Dejádmelos a mí —gritó entonces Hop-Frog, cuya voz estridente se oía fácilmente a pesar del alboroto—. Dejádmelos a mí. Creo que los conozco. Sólo con que pudiera mirarlos bien sabría de inmediato quiénes son.

Trepando entonces por encima de las cabezas de la multitud, logró acercarse a la pared, donde se apoderó de la antorcha de una de las cariátides, y regresó, como antes se había ido, al centro de la sala, saltó, con la agilidad de un mono, sobre la cabeza del rey y trepó unos cuantos pies por la cadena, mientras bajaba la antorcha para examinar el grupo de orangutanes a la par que gritaba:

—¡Pronto descubriré quiénes son!

Y entonces, mientras todos los presentes (incluidos los monos) se desternillaban de risa, el bufón emitió un penetrante silbido, al momento la cadena ascendió con violencia unos treinta pies, arrastrando consigo a los consternados y trémulos orangutanes, y los dejó suspendidos en el aire, a media altura entre la claraboya y el suelo. Aferrado a la cadena mientras subía, Hop-Frog aún seguía en su posición por encima de los ocho disfrazados y (como si no pasara nada insólito) seguía todavía acercándoles la antorcha cual si tratara de descubrir quiénes eran.

Tan atónita quedó la concurrencia ante aquella ascensión, que durante un minuto guardaron un absoluto silencio, al fin interrumpido por un bajo y áspero rechinar parecido al ruido que había llamado la atención del rey y de sus consejeros cuando aquél arrojó el vino a la cara de Trippetta. Pero en esta ocasión no se podía dudar de dónde procedía el sonido. Venía de los dientes como colmillos de fiera del enano, que los hacía rechinar y crujir mientras echaba espuma por la boca y clavaba una mirada llena de feroz y enloquecida rabia en los rostros del rey y sus siete compañeros.

—¡Ay, ya! —dijo por fin el bufón enfurecido—. ¡Ah, comienzo a ver quiénes son!

Y en ese momento, fingiendo examinar al rey más de cerca, aplicó la antorcha a la capa de lino que le envolvía y que al instante estalló en vivas llamas. En menos de medio minuto los ocho orangutanes ardían furiosamente entre los alaridos de la multitud que, horrorizada, los miraba desde abajo y que nada podía hacer para prestarles la menor ayuda.

Por fin las llamas, creciendo en su violencia, obligaron al bufón a trepar más alto por la cadena, para escapar de su alcance; y, mientras él hacía ese movimiento, la multitud volvió a hundirse en el silencio. El enano aprovechó la oportunidad para hablar una vez más:

—Ahora veo claramente —dijo— qué clase de gente son estos disfrazados. Son un gran rey y sus siete consejeros, un rey que no tiene escrúpulos en golpear a una joven indefensa, y sus siete consejeros que le apoyan para que cometa ese ultraje.



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